Así en el templo como en el aparcamiento

Esta vez, como mensaje de Aprendiz Befana, escojo comunicarme a través de una imagen.
Puede parecer una imagen banal, pero para mí hay todo un mundo detrás de este patrón de adoquines en el suelo con el que nos comunicamos casi todos los días en Damanhur. Para mí, son el símbolo de una experiencia emocional que había querido compartir hace tiempo, pero no había encontrado la ocasión propicia hasta ahora. Espero que como Aprendiz Befana os pueda transmitir esta sensación de hace unos años
Acababa de volver a Damanhur después de un largo periodo en Estados Unidos. Yo estaba a la deriva por la vida cotidiana con los ojos abiertos observando todo con un profundo sentido de felicidad y asombro. Estaba en Damanhur, en casa. Aquí estoy de nuevo, ¡por fin! Ver las cosas, veros. Tocaros. Tocar con las manos, los sentidos, sin los filtros digitales o astrales de la distancia. Todo era real, presente un tremendo regalo.
Estaba caminando por el estacionamiento de Damjl, mirando hacia abajo con los ojos entrecerrados debido al brillo del sol de verano, y de repente, me detuve.
Por primera vez, vi esos adoquines entrelazados que había ignorado durante tantos años. Observé su forma rectangular uniforme, con colores que van del rojo ladrillo al naranja-gris. Ellos, las adoquines, empezaron a hablarme. Algunos tenían voces dulces, otros más enfurecidos. Cada uno me recordó que alguien los había puesto ahí, alguien que había trabajado y sudado. Tuve una visión de carretillas llenas de bloques, vacíos y llenos de nuevo. Cada pieza en su lugar, una después de la otra, completando poco a poco el pavimento.
Sentí una ola tan fuerte de emoción en mi corazón que se me saltaron las lágrimas.
Me llamó la atención como se había invertido mucho amor y esfuerzo en la construcción de este pavimento del parking, tan simple y esencial… Me sentí como si estuviera en los Templos de la Humanidad, en el Salón de los Espejos, con los pies bien plantados en el suelo, el cuello estirado y la boca abierta, asombrada por la cúpula de cristal de arriba, apreciando cada color, cada pedazo de vidrio que había sido trazado, cortado, roto, molido a la forma perfecta, cubierto con una tira de cinta de cobre perfectamente equilibrada, y atado en el metal líquido, resbaladizo y densificante.
En ese momento, entendí. Ellos son las mismos: los miles de adoquine debajo de mis pies y las miles de piezas de vidrio por encima de mi cabeza. Como es arriba, es abajo. La única diferencia es que el vidrio se contempla con admiración todos los días, y los bloques del pavimento casi nunca nos llaman la atención. No obstante son los mismos porque el amor, la atención y la devoción que hay en cada pieza es la misma. Rápidamente me puse a caminar de nuevo hacia mi oficina, simplemente para evitar la vergüenza de tener que explicar por qué yo estaba de pie allí llorando en medio del estacionamiento en Damjl
A veces, cuando los esfuerzos cotidianos de ir constantemente adelante y construir Damanhur comienzan a pesarme, y siento la tentación de parar, de retirarme, de irme volando con la imaginación a una realidad menos exigente, pienso en esos bloques del parking. Pienso en las manos anónimas que los han colocado allí en ángulos rectos perfectos. Me quedo fortalecida por esta imagen y la certeza de que un día, cada pieza que se ha construido de cualquier material hablará con alguien que le esté escuchando
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