Crónicas de una extensa familia

Jun 13, 18 Crónicas de una extensa familia

 VIVIR EN COMUNIDAD

 

 

Ayer llegué a casa y me tocaba turno. ¿Qué quiere decir esto?  Significa que si vives en una de las comunidades damanhurianas, cada dos semanas más o menos, tienes que hacer tu turno de limpieza y orden.
Confieso que a veces no tengo ninguna gana de hacerlo, pero si vives con otras 24 personas de entre los 6 meses y los 96 años de edad, este es el mejor sistema para garantizar una buena calidad de vida para todos.
El turno de noche comienza a las 19:00 y termina cuando todos han cenado y la larga mesa, antes llena con un muestrario de humanidad ciertamente variopinto, se queda vacía.
En mi comunidad, hemos decidido que las personas mayores de 65 años no hagan turnos de noche, por respeto de sus espaldas y  a sus articulaciones, a pesar de que nuestros alegres sexagenarios están dotados de un temple que es la envidia de muchos ¡con menos años que ellos!

El que hace el turno nocturno cuida de los niños y de los ancianos, aunque en mi casa, dada la presencia de tres pequeñas bombas en edad escolar, hemos decidido que cuando vuelvan de la escuela haya siempre un adulto de apoyo para los padres, que los ayude con las tareas.
«El turno» también se ocupa de reservar algo de comida para los ausentes, y por esto recibe gratitud eterna de parte de los que llegan tarde, generalmente hambrientos como lobos.
En mi casa vive la Tata, 96 años cumplidos y una memoria que yo no he tenido nunca, ni siquiera de jovencita. El turno nocturno se inicia con un ritual: un beso en la mejilla de la Tata y termina llevándole una tisana con 4 cucharaditas de azúcar, aunque sólo debería tomar tres, pero nadie se resiste cuando te susurra: “¿Me lo haces un poco dulce, tesoro?».


El que hace el turno, también se ocupa de una cosa importante: la caldera. Entiendo que para quien viva en un edificio en la ciudad sea imposible comprender cuan fundamental es que haya alguien que, en invierno al final del día, se ocupe de mantener adecuadamente la temperatura del entorno y del agua caliente para el baño, llenando la caldera de leña hasta el borde pero, os puedo asegurar que ésta es una de las cosas más importantes para que, en mi casa, 24 personas se despierten cada mañana con una sonrisa.


Lo más bonito de anoche fue cuando Isacc, uno de nuestros niños, después de haber comido hinojo frito, que yo le vendí como pechuga,  se me acercó y me dijo: «Ya se que no era pollo, pero estaba igual de bueno», y me dio un beso en la mejilla.
La vida que llevaba en el quinto piso de un edificio histórico en el que vivía sola, en Florencia, era muy distinta  a la que tengo hoy, pero cuando en verano me despierto con el canto de los pájaros y las ranitas, o cuando me meto bajo el edredón en invierno, suspendida en la quietud del campo, no añoro ni un segundo de mi vida florentina ;).

 

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